Tiempo de opinar: 30 años sin Colosio

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El 23 de marzo se cumplieron 30 años del asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta.

30 años sin Colosio

-Antes de su asesinato, su campaña no prendía

-Su muerte evitó que se perdiera la presidencia

-A 30 años no está clara su muerte

-Los otros atentados

Tiempo de opinar: 30 años sin Colosio

Raúl Hernández Moreno

El 23 de marzo se cumplieron 30 años del asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta.

Fue un magnicidio que más allá de si se compartía o no el ideario de Colosio, conmocionó a todo México.

Fue un crimen que se realizó frente a decenas de testigos y ante cámaras de fotografía y video y pese a ello, 30 años después no se sabe si además de Mario Aburto, hay más involucrados. Tampoco se conoce si hubo un autor intelectual y los motivos para asesinarlo.

Pero vayamos por partes. Hasta ese 23 de marzo, la campaña de Colosio, no prendía. Era un mal candidato y por eso semanas atrás, se rumoraba que el PRI cambiaria de candidato, para no perder la elección.

Fue tanto el rumor que en enero de ese 1994, el entonces presidente de la república, Carlos Salinas de Gortari, reunió a los personajes del priismo y les habría soltado la frase: “No se hagan bolas, Luis Donaldo es el candidato”.

El rumor fue alimentado por el hecho de que la campaña no despegaba. Coloso no tenía carisma ni daba los discursos incendiarios del candidato panista Diego Fernández.

Tampoco ofrecía una oferta política bien estructurada como la del candidato de la izquierda, Cuauhtémoc Cárdenas.

Para colmo, el uno de enero había estallado la guerrilla en el estado de Chiapas que con el paso del tiempo se comprobó que era más mediática que real, pero que fue muy aprovechada por Manuel Camacho Solís, designado representante del gobierno para negociar con los guerrilleros. Camacho terminó ganándole espacios a Colosio en los medios electrónicos y escritos.

Después vendría le discurso que Colosio dio el 6 de marzo frente al monumento a la Revolución en el que habló de un México con sed de justicia y de la necesidad de enarbolar las banderas de los campesinos, de los obreros, de los jóvenes, de las mujeres, de los empresarios.

Es ese discurso en el que muchos de sus simpatizantes creen que marcó su destino, que marcó la ruptura de Colosio y Salinas, y la orden de asesinarlo, lo que nunca se ha probado.

Al contrario, tiempo después se sabría, a través de Alfonso Durazo, que fue secretario de Colosio, que días antes del 6 de marzo, éste le envió una copia del discurso a Salinas para que lo revisara y éste lo regreso intacto.

Además, antes del discurso de Colosio, todos los candidatos presidenciales del PRI abordaron los mismos temas y destacaron la necesidad de proteger a los sectores vulnerables.

Lastimosamente, con el asesinato de Colosio el PRI logró lo que no obtuvo en los meses previos: se convirtió en el partido favorito de los mexicanos y terminó ganando la elección,

Pero antes fue necesario que el gobierno se metiera a operar para detener al avance del Jefe Diego Fernández, que en el mes de mayo vapuleó en el primer debate presidencial a Cárdenas y a Ernesto Zedillo, el gris personaje que reemplazó a Colosio en la boleta electoral

Zedillo era tan gris que Salinas creyó que lo podría manipular una vez que ganara la elección y asumiera la presidencia de la república, pero Zedillo resultó tan bravo que metió a la cárcel a Raúl Salinas, el llamado hermano incomodo de Carlos Salinas, que uso los lazos familiares para hacerse inmensamente rico con toda clase de negocios, incluyendo el contrabando de pollo, que controlaba en el país.

Pero volviendo al debate de mayo de 1994, Diego Fernández fue el indiscutible ganador y ya nadie dudo que ganaría las elecciones. Sin embargo, varias semanas antes de la elección dejó de hacer campaña y eso facilitó una victoria aplastante de Zedillo.

De un padrón de 45.7 millones de electores, participaron 34.2 millones, equivalentes al 77. 16 por ciento, lo que hasta la fecha es el proceso electoral con mayor participación ciudadana.

El PRI ganó con 17.1 millones de votos, 9.1 del PAN y 5.8 de la izquierda.

Sin Colosio no hubiera sido asesinado, seguramente se habría convertido en el primer candidato priista en perder la elección, deshonor que le correspondió vivir en el 2000 a Francisco Labastida.

Con la retención de la presidencia, fue inevitable pensar que el crimen de Colosio fue un asunto de estado precisamente para no perder la elección.

Cuando vivía y era Secretario de Desarrollo Social, Colosio visitó Nuevo Laredo en 1992, a invitación del alcalde Arturo Cortés Villada, para que conociera el remodelado parque Viveros,

Al año siguiente, Colosio regresó para recorrer los terrenos donde se construyó la planta tratadora de aguas negras. El alcalde era Horacio Garza Garza.

En honor a Colosio, Horacio Garza le impuso su nombre al bulevar de 12.5 kilómetros que conecta a la carretera nacional con el puente internacional número 2 y que fue utilizado para que circularan los camiones de de carga que antes lo hacían en las calles de la ciudad y causaban congestionamientos viales.

Mario Aburto fue detenido por agentes federales y estatales inmediatamente después del crimen, pero en los siguientes días surgieron toda clase de especulaciones: que hubo un segundo disparador, que hubo dos Aburtos: el matón original que fue asesinado y reemplazado por un doble, que se trato de un crimen de estado y un largo etcétera.

Aburto fue condenado a 45 años de prisión por un juez federal, pero hoy se discute que debió ser procesado por un juez estatal y que en ese entonces la pena máxima por homicidio era de 30 años y debe ser liberado.

LOS OTROS ATENTADOS

Antes del asesinato de Colosio, se atentó contra la vida de los presidentes Porfirio Díaz, Pascual Ortiz Rubio y Manuel Ávila Camacho y fue asesinado Álvaro Obregón, recién electo presidente de la república, por segunda ocasión en su vida.

Los cuatro individuos que atentaron contra los cuatro personajes, fueron asesinados, a diferencia de Mario Aburto, que 30 años después de haber dado muerte a Colosio, continúa vivo.

El 16 de septiembre de 1897, Arnulfo Arroyo, de 30 años, pasante de derecho, abordó a don Porfirio, cuando éste caminaba por la alameda, y le asestó un golpe, con una piedra o un fierro, nunca se supo qué fue, que le derribó el sombrero al presidente.

Arroyo fue sometido de inmediato por militares y trasladado al palacio municipal, donde murió al día siguiente, a cuchilladas, que le asestó una turba enardecida que entró al sitio, para vengar a Díaz.

El 17 de julio de 1928, Álvaro Obregón, que recién había resultado electo presidente de la república, para lo cual se reformó la constitución, para permitirle participar por una segunda ocasión, fue asesinado por el fanático religioso José de León Toral, mientras comía en el restaurante La Bombilla.

Toral se acercó a Obregón con el pretexto de hacerle un dibujo a lápiz y de pronto sacó de entre sus ropas una pistola y le disparo en varias ocasiones.

De León Toral fue sometido a un juicio, fue encontrado culpable y condenado a morir por las balas de un pelotón de fusilamiento, el 9 de febrero de 1929. Fue el último reo al que se le aplicó la pena de muerte en México.

El 5 de febrero de 1930, el Presidente Pascual Ortiz Rubio, que acababa de rendir protesta ese día, salía de Palacio Nacional, en un coche, junto con su esposa, y al cruzar la puerta principal, Daniel Flores se acerca a la ventanilla donde está sentado Ortiz Rubio, le dispara a quemarropa y le da en el rostro.

Un motociclista reacciona y atrapa a Daniel Flores, potosino de 23 años, que después confesara que atentó contra Ortiz Rubio porque escuchó que al morir el mandatario se llamaría a sustituirlo a José Vasconcelos, que había quedado en el segundo lugar de las elecciones recientes que ganó Ortiz Rubio, apodado El Nopalito.

Flores fue encarcelado, sometido a toda clase de torturas y murió en la cárcel, en 1934, sin que nunca se explicara las razones reales de su muerte.

El 10 de abril de 1944, el coronel Antonio de la Lama Rojas, disparó a quemarropa al Presidente Manuel Ávila Camacho, cuando éste se dirigía al ascensor que lo llevaría a sus oficinas en Palacio Nacional.

El disparo iba dirigido al vientre, pero el Presidente alcanzó a manotear y después tomó del brazo al militar y lo sometió, llegando en el acto otros militares.

Ese mismo día, de la Lama fue herido a tiros, cuando presuntamente huyó de sus captores. Fue trasladado a un hospital militar donde murió el 12 de abril. Después surgió la versión de que el general Maximino Ávila Camacho, hermano mayor del Presidente, lo ejecutó.